- Cerámica policromada
- 12 años de experiencia como artesana
- Reconocimiento como Mejor Artesano, Festival Folclórico de San Bernardo (2018)
El oficio de locera es una manera de ver y enfrentar la vida. Mediante el ‘saber hacer’ en un mundo donde la inmediatez es lo que rige, la artesanía hecha a mano camina a paso lento, es pensante y rebelde. Pretende enseñar y valorar tanto al artesano como a la pieza.
Mi vínculo con el barro ha ido desarrollándose por etapas. La primera, fue en la adolescencia, al conocer la cerámica como expresión y después al decidir estudiar. La segunda, fue ya de adulta al llegar a Peñaflor, donde investigando conocí la loza policromada talagantina mediante unos cursos impartidos. Entonces, quise seguir indagando sobre la potente historia de este arte colonial y así, he participado en proyectos que me han permitido adentrarme cada vez más en nuestra identidad y también, vivir orgullosamente de mi oficio.
La materialidad está vinculada a mi territorio de manera tangente, por ser Peñaflor en sus orígenes un valle alfarero.
Por su parte, mi proceso creativo contempla la observación del entorno, conocer al personaje a retratar, investigación y finalmente, dibujar es lo que hace interesante la creación de las piezas.
Cuando termino una pieza, siento una contradictoria satisfacción. Si bien, por fin un proceso largo concluye, extraño las piezas que se van, les tomo un especial cariño. Son todas decorativas y su significado es identitario, en su mayoría se trata de escenas que relatan historias.
Me parece que el aporte cultural y educativo de este trabajo es importante, ya que la escenificación de vivencias a través de las figuras de loza policromada contribuye a relatar historias y además, la práctica de un arte, que es de origen mestizo, nos enseña de qué estamos creados como sociedad.
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