
Más de 30 años de experiencia como artesana en Cestería en Totora.
Llevo más de tres décadas dedicada a las artesanías, creando hermosas piezas a través de la técnica ancestral de la cestería en totora.
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Historia
La totora, planta acuática que crece en las orillas de humedales y cursos de agua, ha acompañado a Elisa Muñoz desde su infancia. En sus manos, esta fibra natural cobra nueva vida, transformándose en canastos, pantallas y objetos decorativos que combinan tradición, identidad y respeto por la naturaleza. Su oficio representa no solo una herencia familiar, sino también un compromiso profundo con la preservación del medio ambiente y con la memoria cultural de su comunidad.
“La totora no es solo una materia prima, es un recordatorio constante de la importancia de respetar y proteger nuestro entorno”, afirma Elisa. Su historia como artesana comienza observando a su padre tejer con paciencia y precisión. Fue él quien le transmitió los primeros conocimientos sobre la recolección y el manejo de la fibra, enseñanzas que más tarde ella transformó en un estilo propio, combinando las técnicas tradicionales con nuevas búsquedas estéticas.
A lo largo de los años, Elisa ha perfeccionado su técnica de cestería en totora, experimentando con colores, texturas y diseños que integran lo contemporáneo sin perder el vínculo con el origen. Su taller, ubicado en la comuna de Quilicura, es un espacio donde confluyen el trabajo manual, la creatividad y la conciencia ecológica. Allí colabora con sus hermanos, quienes se encargan de recolectar la totora en los humedales cercanos y de almacenarla cuidadosamente. Una vez seleccionada, la fibra se deja ablandar en agua, se seca y se prepara para el trenzado. El proceso es minucioso, pues cada pieza requiere tiempo, paciencia y conocimiento del comportamiento natural del material.
Elisa trabaja sin prisa, respetando los tiempos de la fibra y las estaciones. “Recolectar la totora de manera sostenible es parte esencial de mi proceso creativo”, explica. Cada tallo que escoge con cuidado representa una decisión consciente de preservar el equilibrio ecológico y de mantener viva la tradición. Así, cada una de sus piezas es también una declaración sobre la importancia de vivir en armonía con la naturaleza.
Su producción combina objetos utilitarios —como canastos, paneras y pantallas— con piezas decorativas de gran belleza. En ocasiones, integra otros materiales o colores naturales, explorando nuevas combinaciones visuales sin abandonar el sentido artesanal. Las tramas y formas de sus tejidos evocan paisajes acuáticos, historias familiares y escenas cotidianas, convirtiendo sus creaciones en verdaderas “narrativas visuales” que comunican identidad y pertenencia.
El oficio, para Elisa, es más que una ocupación: es su forma de vida. “Me produce un agrado inmenso trabajar en lo que amo”, dice con orgullo. La práctica diaria del tejido le brinda satisfacción personal y la sensación de estar cumpliendo un propósito. En cada feria o exposición en la que participa, se reencuentra con personas que valoran su trabajo y que reconocen en sus manos la continuidad de una historia compartida.
El vínculo entre su obra y el territorio es inseparable. Quilicura y sus humedales fueron, durante generaciones, espacios de abundancia donde la totora crecía naturalmente. Hoy, pese a la urbanización y la disminución de estos ecosistemas, la fibra sigue siendo símbolo de identidad local y de resistencia cultural. En ese sentido, la labor de Elisa es también un acto de memoria: cada pieza conserva la huella de un paisaje y de una comunidad que aprendió a convivir con el agua y sus recursos.
Consciente de la necesidad de traspasar el oficio, Elisa dedica parte de su tiempo a realizar talleres en su comuna y en distintos colegios de la Región Metropolitana. También colabora con jóvenes universitarios interesados en las fibras vegetales, compartiendo su experiencia y sus conocimientos sobre las técnicas de tejido y la recolección sostenible. “Enseñar es mi manera de asegurar que la tradición no se pierda”, explica.
Su aporte cultural trasciende lo material: al mantener viva la cestería en totora, Elisa contribuye a preservar la historia, la identidad y la memoria del territorio. Su obra no solo embellece los hogares, sino que también invita a reflexionar sobre la relación entre el ser humano y la naturaleza. En cada trenza, en cada curva de totora trenzada, se entrelazan generaciones, paisajes y una manera de habitar el mundo desde el respeto y la creatividad.
Obras y Procesos
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