
Llevando al límite la cerámica contemporánea chilena.
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Historia
En un rincón silencioso de su taller en La Reina, rodeado de arcilla, hornos y música de fondo, José Domingo Prado se sumerge en un ritual diario de creación. La cerámica, para él, no es solo una técnica o un oficio, sino un espacio de reflexión profunda y autodescubrimiento. “Mi trabajo es un reflejo de lo que tengo en mi interior”, explica Prado, quien entiende el proceso de modelar y cocer el barro como una forma de meditación personal.
No siempre fue así.
Su viaje hacia la cerámica comenzó casi por casualidad, tras abandonar la carrera en diseño. En sus primeros años, Prado experimentó con diversas formas de arte, pero fue durante una pasantía en Japón con el maestro ceramista Ryota Aoki donde encontró su verdadero camino. «Japón me explotó la cabeza», cuenta. En ese país, donde la cerámica tiene un lugar preeminente, trabajó en silencio durante meses, creando cientos de piezas idénticas, en un proceso que le enseñó la disciplina y el valor de la repetición. Esta experiencia marcó un antes y un después en su carrera. Sin embargo, al regresar a Chile, se encontró con un escenario distinto, donde la cerámica aún no tenía el mismo nivel de apreciación que en Japón.
A lo largo de su carrera, José Domingo ha apostado por una estética distinta a la imperante en la cerámica chilena, apartándose de los tonos terrosos tradicionales para explorar una paleta de colores brillantes y formas más atrevidas. Sus piezas, usualmente vasijas de gran formato, esmaltadas en vibrantes azules, verdes y pasteles, se distinguen de las creaciones más clásicas. «La cerámica chilena ha sido tradicionalmente conservadora, pero trato de tensionar esos límites», comenta. Este deseo de innovar lo ha llevado a romper el 60% de sus piezas antes de dar por finalizada una serie, buscando siempre un equilibrio entre la forma y el color.
A pesar de su obsesión por los detalles y la perfección técnica, Prado afirma que lo importante no es el resultado final, sino el proceso. “Construir el objeto y descubrir cuánto aguanta la arcilla: el calor, los esmaltes… Lo importante no son los resultados, sino el proceso. Ahí descubro todo. Hay que hacer, hacer, hacer», explica. Para él, cada pieza es un reflejo de su estado emocional y mental en el momento de su creación, una manifestación tangible de su mundo interior. No se considera minimalista, no obstante su enfoque ha evolucionado hacia una estética más sencilla y deliberada: «Tiendo a sobrecargar mis trabajos, pero he aprendido a simplificar, a dejar que cada elemento hable por sí solo», dice Prado, quien procura encontrar un equilibrio personal en sus creaciones, sin renunciar a la complejidad que caracteriza su estilo.
Hoy, a sus 41 años,Prado se encuentra entre los ceramistas chilenos más destacados de su generación, aportando una obra innovadora para la cerámica chilena. Aunque sigue explorando nuevas ideas y formas, su enfoque sigue siendo el mismo: la cerámica como espacio de introspección y crecimiento personal que nunca deja de sorprenderlo.
Obras y Procesos
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