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Pamela Carola Monasterio Muñoz

Bordadora de arpilleras contemporáneas.

Ha realizado talleres de difusión del oficio alrededor del mundo, ha sido invitada a presentar su trabajo en Costa Rica, Colombia entre otros lugares.

Ha colaborado con su trabajo con Greenpeace, ministerios y municipios. El año pasado su trabajo fue destacado por ONU Mujeres y el Ministerio de las Culturas en el Centro Cultural España. 

Historia

Cada puntada que da Pamela es un acto de silencio y de voz al mismo tiempo. Sentada frente a su bastidor, con los hilos extendidos sobre la mesa y un retazo de tela oscura en las manos, comienza su jornada sin prisa. Bordar, dice, es una forma de respirar, de escucharse por dentro. En cada movimiento repite un gesto antiguo que le pertenece a muchas mujeres antes que a ella, pero que al hacerlo vuelve nuevo, propio, profundamente íntimo.

Para Pamela, el bordado no es solo una técnica, sino una forma de pensar y sentir el mundo. Cada hilo que atraviesa la tela encierra una memoria, una cicatriz o una esperanza. Cuando borda, encuentra calma, equilibrio y sentido; el movimiento de sus manos acompaña su pensamiento, y cada puntada se vuelve una meditación activa. “El bordado me permite sanar, pero también resistir, reconstruirme y dialogar con los demás”.

Su proceso creativo parte siempre del material. Recorre talleres, ferias o casas amigas recolectando telas en desuso, retazos que otros desecharon y que para ella son tesoros llenos de historia. Esos fragmentos de popelina, jersey, pañolency, algodón o bistrech se combinan con lanas e hilos de diversos tipos y colores. Cada textura y cada tono tienen una intención expresiva, un significado emocional. Así comienza lo que ella llama su “boceto textil”: una composición inicial donde las piezas se ubican sobre la tela base, sostenidas apenas por un hilván.

Después llega el bordado propiamente tal: puntadas pequeñas, festones, cadenetas, arañitas o cruces. Cada punto tiene su carácter, su ritmo, su carga simbólica. Con ellos, Pamela asegura las formas, define contornos, da profundidad. El resultado final ya forrado y terminado con punto festón es una obra única que combina materialidad, memoria y emoción. En sus arpilleras conviven rostros, territorios, consignas y gestos cotidianos que se transforman en relatos textiles.

Sus obras no solo hablan de ella, sino de muchas. A través del artivismo textil, Pamela ha convertido la arpillera en un medio de expresión política y social. En sus manos, la aguja se transforma en herramienta de denuncia y reparación. Cada puntada encarna una historia colectiva: la de las mujeres que bordaron su dolor durante la dictadura, la de las comunidades que hoy defienden sus territorios, la de quienes buscan igualdad y justicia.

Pero su trabajo no termina en el bordado. Pamela enseña, comparte, escucha. En sus talleres, el hilo se vuelve vínculo. Mujeres, jóvenes, personas mayores y disidencias se reúnen alrededor de una mesa para aprender a bordar y, sobre todo, para conversar. En esos espacios, la creación se convierte en encuentro y en memoria viva. “Cuando bordamos juntas no solo hacemos arte; estamos tejiendo comunidad”.

Su historia personal también está bordada de aprendizajes y resistencias. Comenzó a bordar en 1998, cuando una enfermedad la obligó a permanecer en cama. Su hermana le llevó una esterilla y lana, y en ese gesto nació un camino nuevo. “Ahí descubrí que el bordado me calmaba, que podía transformar el encierro en creación”. Años más tarde, en 2016, una invitación al taller del Colectivo Memorarte cambió su rumbo: conoció la arpillera como lenguaje artístico y político, y desde entonces su práctica tomó un sentido más amplio, comprometido con la memoria y los derechos humanos.

Pamela vive y trabaja en Macul, una comuna con una rica tradición de bordadoras. Se inspira en esas mujeres que, desde los años 70, plasmaron en arpilleras la vida cotidiana, la denuncia y la esperanza. En su obra resuenan esas voces, pero también las de su tiempo: las luchas feministas, la defensa de la tierra, la búsqueda de identidad. Utiliza materiales reciclados no solo por conciencia ecológica, sino porque cada fragmento de tela guarda una historia anterior que ella rescata y resignifica.

Su aporte cultural es múltiple: preserva una tradición, la actualiza y la proyecta hacia el futuro. Con su arte, une memoria y territorio; con su docencia, forma nuevas generaciones que comprenden el bordado no como un pasatiempo, sino como una herramienta de transformación. Ha llevado su enseñanza a colegios, universidades, sindicatos y comunidades tanto en Chile como en otros países de América Latina. Su trabajo ha cruzado fronteras y ha sido exhibido en espacios tan diversos como el Museo de la Memoria y los Derechos Humanos, el CNAC y galerías en Cambridge, Bogotá o Toronto.

Para Pamela, cada taller y cada obra son una forma de sembrar continuidad. “Bordar es dejar huella. Si alguien más aprende, si otra persona encuentra consuelo o fuerza en una aguja y un hilo, entonces el oficio sigue vivo.”

Obras y Procesos

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