
Difundir y disfrutar el oficio del volantín con sus amigos y familia
Max Canio, junto a su esposa, Erika Valdebenito, y familia, ha cultivado este oficio desde 1998, por lo que conoce cada tipo de volantín, además de sus medidas y sus características. Ñeclas, peritas (el más alargado) o el pantalón (nombre adquirido por su forma) son creados a diario en su taller en Villa La Reina. Además de traspasar esta práctica a sus hijos.
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Historia
Para Max Canio, la creación de volantines es una fuente de satisfacción, alegría y orgullo. Cada pieza que fabrica encierra la emoción de la infancia, el juego y la tradición. Al ver un volantín terminado, siente una mezcla de nostalgia y felicidad, imaginando la sonrisa de un niño que lo hará volar por primera vez. Esa conexión con la alegría simple y colectiva es lo que lo motiva a seguir dedicando tiempo y energía a este oficio, transformando un pasatiempo en una manifestación viva del patrimonio cultural chileno.
Su proceso creativo comienza con varios meses de anticipación, entre tres y cuatro antes de las Fiestas Patrias, cuando adquiere los materiales necesarios: papeles de colores, palillos de madera y pegamento. Luego inicia una labor completamente manual y minuciosa. Primero calibra los palillos, asegurando que cada uno tenga el peso y la flexibilidad adecuados. Después corta y dobla cuidadosamente los papeles, uniendo las piezas con precisión para lograr equilibrio y simetría. Finalmente, ensambla el volantín, revisando que la estructura resista el viento y conserve su ligereza. Cada paso requiere atención y experiencia, y aunque pueda parecer sencillo, el resultado depende del dominio de los pequeños detalles.
El volantín tiene para Max un valor simbólico profundo. No es solo un objeto de recreación, sino un emblema de identidad y alegría popular. Representa una parte importante de su infancia y de la historia compartida de tantas familias chilenas que, año tras año, se reúnen a elevarlos en los parques y plazas. Su vuelo simboliza la libertad, la unión y la celebración colectiva que caracteriza las Fiestas Patrias.
En su vida, el oficio es mucho más que un pasatiempo: es una pasión que conecta lo personal con lo comunitario. En su barrio, Max es conocido como “el tío de los volantines”, un apodo que lleva con orgullo. Cada septiembre, su taller se llena de colores y visitantes, transformándose en un punto de encuentro donde niños y adultos se acercan para aprender, comprar o simplemente compartir historias. Su trabajo contribuye a mantener viva una tradición que une generaciones y refuerza los lazos comunitarios a través del juego y la creatividad.
Su vínculo con este oficio nació de la necesidad. En los años en que la carpintería —su ocupación principal escaseaba, buscó una alternativa para sostener a su familia. Así comenzó a fabricar volantines, combinando su habilidad manual con el deseo de crear algo significativo. Con el tiempo, aun cuando retomó su trabajo de carpintero, nunca dejó la confección de volantines. Hoy la práctica se ha convertido en una herencia emocional que une su pasado, su oficio y su identidad.
Aunque los materiales que utiliza papel, palillos, pegamento y cordel son simples y cotidianos, su elección está profundamente ligada al territorio urbano de la Región Metropolitana. El volantín forma parte del paisaje cultural de las ciudades chilenas, especialmente en las celebraciones patrias, donde los cielos se llenan de color y movimiento. Cada volantín de Max refleja ese espíritu popular, accesible y festivo que caracteriza la vida comunitaria de Santiago.
Su aporte cultural consiste en mantener viva una práctica tradicional que forma parte del imaginario colectivo del país. Ver los cielos cubiertos de volantines es, para él, una postal de Chile: una imagen de alegría, identidad y libertad. A través de su trabajo, demuestra que los oficios artesanales no solo preservan la historia, sino que también fortalecen los vínculos sociales y emocionales que definen una cultura.
Comprometido con la transmisión del conocimiento, Max realiza talleres junto a su familia en la Casa de la Cultura de La Reina, donde enseña a niños, jóvenes y adultos las técnicas de confección y vuelo de volantines. Estos encuentros son espacios de aprendizaje y de memoria, donde se comparten historias y se renueva el amor por un arte que ha acompañado a generaciones.
En cada volantín que construye, Max no solo ensambla papel y madera: también une recuerdos, emociones y tradiciones que, al elevarse al cielo, siguen recordando a todos que el patrimonio cultural chileno vive en los gestos sencillos, en las manos que crean y en los juegos que nos hacen sentir parte de una misma historia.
Obras y Procesos
Explora la galería de imágenes y sumérgete en el talento y la dedicación de los artesanos y artesanas.
