7Q4A8575_resultado
Pablo García Mera

Artesano en mimbre dedicado al trabajo utilitario y artístico

El oficio cestero llega de parte de Carlos Arriagada, un joven campesino de la zona de Las Ñipas, Santa Barbara, Región del Bio Bío. Luego de 6 meses de aprendizaje, inicia un periodo de 5 años viajando permanentemente entre Santiago, Concepción y Valdivia incorporando técnicas y diversas materialidades como pita y totora. Durante el año 2019 inicia Garua Taller, un proyecto que se propone difundir las técnicas y saberes entorno a las plantas cesteras poniendo énfasis en la dimensión ecológica de esta practica además de proponer nuevas maneras de incorporar estas materias en nuestro cotidiano.

Historia

Cuando Pablo trabaja el mimbre, siente una mezcla de asombro y respeto. Dice que este material, a simple vista tan sencillo, nunca deja de enseñarle algo nuevo. Lo admira por su ductilidad, su resistencia y su nobleza: una vara de mimbre puede sostener peso, curvarse sin quebrarse, formar una estructura firme y, al mismo tiempo, conservar una ligereza que parece casi espiritual. En esa flexibilidad encuentra un espejo de su propio proceso creativo: aprender, adaptarse, dejar que las formas surjan del diálogo entre sus manos y la materia viva.

Su proceso de creación ha evolucionado con los años. En un principio recolectaba él mismo el material desde ríos y humedales, donde cortaba las varas y las dejaba secar al sol antes de trabajarlas. Hoy, para facilitar el flujo de su producción, compra mimbre seleccionado por medida en Chimbarongo, el corazón cestero de Chile. Esta precisión le permite planificar con detalle cada obra, aunque nunca pierde el componente artesanal y espontáneo que define su trabajo.

En los últimos años, Pablo ha ampliado los horizontes de la cestería tradicional. Ha colaborado con artistas de teatro y artes visuales, diseñando mobiliario, escenografías y vestuarios a partir de maquetas o bocetos. En cada proyecto, su mirada artesanal aporta un equilibrio entre la técnica ancestral y la exploración contemporánea. Su objetivo no es reproducir formas clásicas, sino expandir los límites del oficio: integrar el mimbre en espacios creativos, ecológicos y sociales, donde el arte y la naturaleza dialogan.

Más que objetos, sus obras son experiencias. A través de la cestería, busca transmitir respeto por la tierra, por las plantas y por el trabajo hecho con las manos. En los talleres que imparte, enseña a sus estudiantes a mirar el mimbre como un ser vivo, no como un simple recurso. Les muestra cómo la paciencia, la observación y la conexión con el entorno son tan importantes como la técnica. En cada clase, insiste en que la artesanía es una forma de habitar el mundo con atención y cuidado.

El oficio, confiesa, le ha dado todo: sustento, alegría, amistades y un propósito de vida. Lo ha llevado a conocer territorios, comunidades y saberes que lo han transformado profundamente. La cestería es, para él, una forma de meditación activa. “Tejer una cesta es también tejer pensamientos, historias, vínculos.” En sus exposiciones e instalaciones colectivas, busca justamente eso: que las personas reconozcan la artesanía como un lenguaje artístico y sensible, capaz de construir comunidad.

Su historia personal con el oficio comenzó por curiosidad. Desde niño se sintió atraído por las culturas que vivían en armonía con la naturaleza. Aprendió a recolectar plantas medicinales y alimenticias, y la necesidad de transportarlas lo llevó a fabricar sus primeros cestos. A los 23 años conoció a su maestro, don Carlos Arriagada, en Santa Bárbara, Región del Biobío. Con él aprendió no solo las técnicas, sino también la filosofía del oficio: observar el ritmo de la naturaleza, respetar sus tiempos y entender que cada tejido es una conversación entre el ser humano y la materia.

Aunque el mimbre que utiliza hoy proviene de otras regiones, su trabajo está profundamente arraigado en la vida urbana de la Región Metropolitana. Cada pieza que crea despierta en la gente recuerdos familiares: canastos, muebles, utensilios de la infancia. Ese reconocimiento emocional revaloriza la cestería como parte del patrimonio vivo de la comunidad. Su obra funciona como un puente entre lo rural y lo urbano, entre la memoria y la modernidad.

Pablo considera que su mayor aporte cultural es mostrar que los oficios tradicionales no son cosa del pasado, sino una fuente vigente de creatividad y reflexión. A través de su trabajo, reivindica la figura del artesano como creador contemporáneo, capaz de dialogar con el arte, la educación y la sostenibilidad.

Hoy dedica gran parte de su tiempo a enseñar. Ha impartido talleres en colegios, museos y centros culturales, adaptando sus métodos a diferentes edades y contextos. Sin embargo, cree que el verdadero aprendizaje ocurre en procesos largos, de al menos seis meses, donde el estudiante puede desarrollar la sensibilidad, la técnica y la conexión interior que el oficio exige. “El mimbre no solo se trabaja con las manos. Se trabaja con la paciencia, con el cuerpo y con el alma.”

En su taller, entre varas ordenadas y herramientas gastadas, Pablo continúa tejiendo. Cada pieza que sale de sus manos lleva algo más que forma: lleva el eco del río, la memoria del maestro y la promesa de que los oficios, como el mimbre, pueden seguir creciendo, vivos y flexibles, en el tiempo.

Obras y Procesos

Explora la galería de imágenes y sumérgete en el talento y la dedicación de los artesanos y artesanas.